En los últimos tiempos se ha puesto de moda un nuevo vocablo, uno que se refiere a la posible salida del Reino Unido de la Unión Europea, fruto de inminente referéndum; me refiero al anglicismo «Brexit».
Debo confesar antes de nada que siento envidia sana por nuestros socios británicos; tienen un sistema democrático de los más antiguos del mundo, una mentalidad eminentemente práctica y un corpus legal mucho más simple que el nuestro. Los británicos prefieren dotarse de un limitado número de leyes marco que son desarrolladas en gran parte por la costumbre y la jurisprudencia, no necesitan dotarse de un corpus legislativo más que cargado en el que siempre se esté buscando hasta el más mínimo resquicio o vacío legal para intentar aprovecharlo y, además, si hace falta, no tienen ningún reparo en consultar a su ciudadanía por escabroso que sea el tema a decidir. Lo hicieron hace poco con el tema de Escocia y lo han vuelto a hacer ahora preguntando a sus ciudadanos sobre su permanencia o no en la Unión Europea, el «Brexit«. Sí, ciertamente, los británicos me causan una sana envidia.
Dicho esto, el referéndum celebrado recientemente en el Reino Unido sobre la permanencia o no de esta país en la Unión Europea es algo más que eso; realmente constituye la crisis política más importante vivida en el seno de la UE (Unión Europea) desde su creación. No olvidemos que hasta hoy no existía ningún precedente de ningún estado miembro que hubiera salido de la Unión, y que la salida del Reino Unido de la UE no será para nada testimonial, pues las consecuencias políticas podrán llegar a ser determinantes en el futuro próximo, por no hablar de las consecuencias económicas derivadas de la crisis política; y es que el peso político-económico del Reino Unido no es para nada desdeñable.

Me explico, se habla mucho de las posibles consecuencias económicas inmediatas de la separación británica de la UE, como por ejemplo la más que posible devaluación de la libra esterlina. Ello, no lo niego, puede ser perfectamente cierto y plausible en el corto plazo, pero quizá no se tenga suficientemente en cuenta el hecho de que actualmente el Reino Unido ya goza de un estatus especial en el seno de la UE, y que una salida británica de la UE, el «Brexit», si se negocia correctamente quizá llevará a una situación final «de facto» más o menos similar a la actual. Es decir, que salvado el susto inicial, las cosas poco a poco podrán volver a su cauce, al menos, aparentemente.
Aparentemente porque, al menos en mi parecer, si las consecuencias económicas del «Brexit» bien pueden ser controladas a corto plazo mediante algún tipo de estatus especial parecido al actual, las consecuencias políticas y las económicas derivadas a largo plazo pueden llegar a ser imprevisibles. En el orden europeo hay ciertos países que aún hoy ven con recelo la preponderancia alemana y de su antigua moneda, el marco alemán o «Deutsche Mark«, en el actual euro y otros en los que su población no está demasiado por la labor de seguir subvencionando a los países del sur de Europa. Me refiero a ciertos países desarrollados como Dinamarca o Suecia, que mantienen sus propias divisas y que bien pueden con el tiempo intentar una salida similar a la británica. Es decir, que puede llegar a producirse una auténtica deserción escalonada de diferentes países de la Unión Europea y ello sí que puede conllevar consecuencias económicas importantes, como la aparición nuevamente de las fronteras, la desaparición de las políticas económicas comunes, etc. A todo ello, no podemos olvidar las consecuencias políticas que pueden suceder en el seno del propio Reino Unido con su salida de la UE, y no me refiero sólo al reciente cambio de Gobierno, sino a que podría ser que Escocia intentara de nuevo la secesión con la excusa de quedarse en la UE, y que Irlanda del Norte, el Ulster, debido a sus lazos con la República de Irlanda, también país miembro de la UE, podría también plantearse algo semejante.
Pero lo más duro sería ver en qué podría quedar el prestigio de la UE y del euro si ciertos países socios la empezaran a dejar; la impresión de fracaso del Proyecto Común Europeo que quedaría en el inconsciente colectivo sería inevitable, no olvidemos aquel dicho que dice aquello de que «los divorcios nunca son románticos«. Y tampoco deberíamos olvidar nunca que los europeos nunca hemos disfrutado de un período de paz tan largo como el que hemos tenido desde que existe la UE, pues no queda muy lejos en el tiempo aquél en el que las guerras entre las diferentes naciones europeas estaban a la orden del día.
Por lo tanto, desde la envidia sana que me causan los británicos por su valentía a la hora de afrontar sus problemas y las demandas de toda o parte de la población, no puedo dejar de desear que, al final, todo quede en un susto, y que el Reino Unido, aún saliendo de la UE, lo haga de tal manera que el efecto de su salida, tanto económico, como político o en la moral europea, sea el mínimo posible. Personalmente creo que todos necesitamos una UE más consolidada y que pueda ser el garante del futuro de las próximas generaciones de europeos, y seguramente, para ello, pronto se precise de valientes reformas. Ya se verá…
«God save the UK»
Jordi Mulé.
Economista C.E.C. núm 13147
@jordimule
Clarificador. Gracias por «mojarte». Un saludo
Un saludo y muchas gracias por tu comentario. Un abrazo.