¿Grexit?

grecia

 

En estos días hemos podido observar con estupor como la situación griega se ha ido complicando, se habla de una posible salida de Grecia de la unión monetaria, del euro, fenómeno que, como no puede ser de otra manera, se ha bautizado con un anglicismo, «Grexit«.

(Per llegir-ho en català, si us plau, premi aquí)

Los hechos que se van sucediendo son lo suficientemente relevantes como para merecer una reflexión personal al respecto, y son tanto hechos políticos que llevan a consecuencias económicas como hechos económicos que han llevado a consecuencias políticas.

Ciertamente, a menudo, algunos conceptos económicos o bancarios pueden sonar extraños o ajenos pero realmente no lo son, son mucho más cercanos y sencillos de lo que a veces aparentan, mediante un sencillo esfuerzo de abstracción y de sentido común, se tornan lógicos, sólo hay que abstraerlos a nuestra experiencia diaria. Veamos, todos conocemos, en mayor o menor medida, la alarmante situación económica actual en Grecia. Grecia fue el primer país que precisó un rescate, muy a principios de la actual crisis, en 2007-2008, y este rescate está a punto de expirar, por ello, ha habido una serie de negociaciones sobre una posible prórroga que, de momento, parecen en un callejón sin salida. En este momento, esta falta de acuerdo ha llevado al país heleno al más estricto control de capitales, al temido»corralito«, a cerrar temporalmente su sistema bancario y su mercado de valores, ha dado alas a especulaciones de todo tipo respecto una posible quiebra griega y, de rebote, ha provocado en todo el espacio «euro» un nivel de incertidumbre nunca antes visto. No debemos perder nunca de vista que la crisis griega lo es también de toda la Unión Europea, y  que, por tanto, tal crisis merece la mejor de las soluciones, huyendo de los intereses particulares y en pro del bien común. Para ilustrarlo, valga una pequeña reseña sobre la Historia Económica reciente:

En 2007 sucedió también un hecho inaudito, en nombre del libre mercado, Estados Unidos había dejado caer a Lehman Brothers, un Banco de Inversión de los más importantes del país. Esta quiebra degeneró de manera casi inmediata en un crisis financiera. Poco después de la quiebra de Lehman se descubrió que muchas de las entidades americanas habían inundado el planeta con derivados financieros hipotecarios cuya composición real nadie acertaba a detallar y que habían sido calificadas por las agencias de rating correspondientes con «AAA«, o sea la máxima calificación. Como consecuencia, vino la desconfianza, los sistemas financieros de medio mundo empezaron a restringir los capitales que circulaban por los mismos, los bancos dejaron de prestarse dinero entre ellos porque no se podía saber a ciencia cierta quién tenía basura financiera en su poder y quién no. La crisis financiera degeneró en una crisis de confianza, y ya sabemos que el sistema financiero se sostiene en mayor parte gracias al factor confianza. El resto creo que ya es harto sabido, pues no hace tanto tiempo de ello y lo hemos podido leer en infinitud de libros, revistas, artículos, y hasta cómics; primas de riesgo por las nubes, rescates de países, cambios en gobiernos, etc, etc. Hasta las mismas autoridades norteamericanas llegaron a medio reconocer que dejar caer a Lehman Brothers quizá fue un error y, cuando hubo riesgo de caída de otras entidades americanas, rápidamente reaccionaron y las rescataron. El Gobierno estadounidense descubrió que, a veces,  el bien común es más importante que dejar al mercado seguir su curso.

Pues bien, salvando las distancias, ahora nos toca vivir una crisis parecida a la caída de Lehman Brothers, pero esta vez el actor es un estado soberano y miembro de la UE, Grecia. Grecia, a pesar de su innegable contribución al progreso y la cultura occidental, es uno de los países más débiles, económicamente hablando, de la UE. Debido a ello, y a cierto «maquillaje» de sus cuentas públicas en el momento de la entrada en el euro,  recibió de lleno  la crisis financiera desde el principio de la misma y, por ello, debió ser tempranamente rescatado. El rescate por parte de sus acreedores y socios no deja de ser una inversión para estos y que debe serles devuelta con sus correspondientes intereses; para poder dar viabilidad a estas devoluciones, Grecia fue llevada a acometer una serie de reformas estructurales, las famosas medidas de austeridad, tendentes a optimizar su sistema público, abaratando sus costes (bajadas de sueldos públicos) y aumentar los ingresos públicos (léase, impuestos), de esta manera se pretendía rescatar la Economía Griega y  dar viabilidad a su Deuda. En pocas palabras, optimizando la Economía griega se buscaba, por un lado, hacerla más competitiva pero, por otro, se intentaba garantizar la devolución de la inversión, de la Deuda Griega, todo el mundo quiere cobrar lo prestado, y eso es lícito.

Pero, como siempre pasa, ante una acción existe una reacción. El impacto de tales medidas fue directamente al bolsillo de la población griega y una población cansada de la crisis y de las medidas de austeridad es un caldo de cultivo excelente para el auge de nuevas opciones políticas que preconicen una solución aparentemente mejor que la que se viva en ese momento. Todo ello es normal y lícito, pero muchas otras veces en la Historia se ha demostrado que tales soluciones puede que no sean tan perfectas ni tan viables como quisieran los simples ciudadanos de a pie. Una cosa es la comprensible y razonable voluntad de conseguir una vida mejor, la otra es empeorar las cosas por tomar decisiones equivocadas o precipitar los acontecimientos, y el horno no está para muchos bollos, desde luego.

Por tanto, ya tenemos los actores en esta situación; por un lado, los acreedores de Grecia, sus socios comunitarios y otras instituciones, deseosos de no perder sus inversiones en Grecia y de mantener la Unión Europea como sea; por otro, el flamante nuevo Gobierno Griego que tiene un mandato en las urnas clarísimo. Este fin de semana hemos podido ver como el «premier» heleno, Tsipras,  ha lanzado un órdago a sus acreedores ante el próximo vencimiento de la deuda helena con el FMI. Tal órdago ha sido la decisión unilateral de Tsipras de convocar a un referéndum a su población para ver si acepta las condiciones de la renovación del rescate financiero a punto de expirar, ello ha  provocado la rotura de las negociaciones con sus acreedores. Esta decisión, consecuente con su programa político, puede parecer desafortunada pero, en mi opinión, no lo es:

  • Porque no tiene marcha atrás, es decir, no se puede desconvocar sin perder la credibilidad política de Tsipras. Si hubiera un acuerdo de última hora podría suceder que la opción que defendiera el Gobierno Heleno fuera el SÍ, pero no olvidemos que, de momento, ha decidido hacer campaña activa por el NO. En resumen, el referéndum se realizará,  desconvocarlo sería el final político de Tsipras.
  • Porque esta situación, obviamente, ha sido entendida por las Instituciones europeas, que no han cerrado del todo la puerta a un acuerdo y, hecho insólito por la falta de precedentes, las últimas noticias hacen entrever una campaña internacional más o menos velada por el SÍ. El planteamiento es que no será un referéndum sobre si Grecia admite o no las condiciones del rescate financiero, sino sobre si el país heleno debe quedar dentro o fuera del Euro, ni más, ni menos.

De todos modos, independientemente de su resultado, es posible que las negociaciones continuaran y se llegara a algún tipo de acuerdo. el referéndum de Grecia es, en mi opinión, mucho más importante de lo que se podría pensar:

  • Si gana el SÍ, el Gobierno Griego saldría fortalecido y, de rebote,  otras formaciones europeas afines. Se conseguiría en Grecia la autoridad moral para acometer las reformas exigidas con el aval de su ciudadanía; nadie podría decir que Tsipras hace caso omiso a su programa político.  El SÍ es posible, pues la población griega, atemorizada ante el temido «corralito» y la salida del euro, podría volcarse ante esta opción, dependiendo de cómo se sucedan las propuestas inmediatas. Quién sabe si el referéndum no es sino una estrategia para conseguir el rescate sin comprometerse políticamente; ante una propuesta de acuerdo mejor, se defiende el SÍ y se consigue un éxito político sin precedentes; personalmente, no lo creo, pero de ser así sería una arriesgada jugada maestra digna de los libros de historia.
  • Si gana el NO la situación se complica, pues un escenario de quiebra de Grecia será entonces realmente posible, pero también podría haber un acuerdo «in extremis» en el que los acreedores cedieran más y así el Gobierno griego apareciera como aparente ganador. Este escenario tiene el riesgo de que entonces, ante casos parecidos en otros países, se podría reclamar el mismo trato.  Si la caída de Grecia fuera real estaríamos delante de un nuevo «Lehman Brothers», pero esta vez a nivel de país soberano. Además, la crisis de confianza salpicaría a todo el espacio Euro, ya que los tratados de la UE prevén las condiciones para entrar pero el procedimiento de salida del Euro no está del todo especificado, entraríamos, de hecho, en «terra ignota«.

Muchos pensarán que el hecho de que un pequeño país que significa bien poco en el total del PIB de la UE caiga no deja de ser una anécdota, que nos cae muy lejos, pero ello no es así. Para entenderlo, valga el símil de una empresa:

  • Cuando un cliente de cualquier empresa quiebra, la empresa acreedora, automáticamente, debe dotar como una pérdida el importe debido por este cliente quebrado, independientemente de si acaba cobrando o no; es decir, que la deuda pasa de ser «normal» a de «dudoso cobro». El importe dotado por tal pérdida (provisión) restará directamente de los beneficios de tal empresa, es algo así como un nuevo gasto sobrevenido.
  • De la misma manera, más o menos, pasa en Contabilidad Nacional; en el caso de la deuda griega con España, ésta ronda los 26.000 millones de euros, sumando la deuda «directa» y la deuda en manos privadas con aval del Estado Español. Tal importe viene a suponer el 2,5% del PIB español.
  • Por tanto, en caso de impago de Grecia, en teoría, España debería «provisionar» la parte de la deuda directa entre Grecia y España y pagar los vencimientos de deuda griega en manos privadas que haya avalado, mal asunto, todo ello hasta llegar a este  2,5% del PIB. No es difícil ver como una disminución repentina del 2,5% del PIB podría provocar un cambio repentino de todas las previsiones de crecimiento del Gobierno, hasta podríamos volver a la recesión.

Todo ello ya es lo suficientemente preocupante pero, además, hay toda otra serie de efectos negativos a corto y medio plazo de una posible salida griega del euro:

  • La falta de experiencia en lo que a salidas del euro se refiere, y el coste político derivado de una escisión en la UE.
  • La debacle económica en Grecia derivada de la vuelta al Dracma, la consecuente devaluación de la teórica nueva moneda griega y las siguientes consecuencias de toda índole en Grecia, empobrecimiento, paro, huelgas, estallidos sociales…
  • La pérdida de confianza en la moneda europea de muchísimos inversores, que buscarían refugio en el dólar americano, disparando su cotización respecto el euro, por el efecto oferta-demanda.
  • El aumento de la prima de riesgo de algunos países periféricos ya rescatados, ante la merma en la confianza en su recuperación económica.
  • Turbulencias financieras, que podrían provocar más restructuraciones bancarias, por ejemplo, el rescate de algunas de las instituciones financieras más expuestas a la la deuda griega.
  • Falta de credibilidad internacional de la Unión Europea, que habría demostrado una aparente falta de unidad interna.
  • Turbulencias en los mercados de valores, difíciles de pronosticar, pues podrían haber grandes caídas seguidas de grandes alzas, típicas de todo buen mercado especulador.

Por lo tanto, lo deseable sería que se llegara a un acuerdo que difiriera tal posible y brusco desenlace final. Si la salida de Grecia del euro es inevitable, lo mejor sería hacerla mediante prórrogas sucesivas de la ayuda, que propiciaran una salida gradual; de esta manera, la credibilidad de la UE se mantendría firme, intacta, y las consecuencias en Grecia serían lo menos malas posible. Si la salida se puede evitar, quizá las Autoridades Europeas deberían aprender a convivir con socios quizá no tan solventes, deberían aprender de la lección griega y evitar, en el futuro y en la medida de lo posible, imponer condiciones demasiado draconianas a poblaciones extenuadas por la crisis. Las medidas de austeridad pueden parecer buenas sobre el papel, a corto plazo pueden dar competitividad y garantizar la devolución de la deuda,  pero a largo plazo se demostrarían catastróficas si llevaran a una rotura en Europa, por pequeña que sea. Las medidas económicas pueden ser correctas pero han pecado de no prever las consecuencias políticas, y en este caso unas van de la mano de las otras.

Porque, quizá, lo mejor no fuera velar por los intereses propios, por cobrar lo que nos deben, sino optar por garantizar el futuro de todos, todos, los ciudadanos europeos, sean estos alemanes o griegos. En este escenario, quizá el interés nacional fuera menos importante que el bien común, ya hemos visto anteriormente como los Estados Unidos, evitaron dejar caer a una segunda entidad bancaria al ver los efectos de la caída de Lehman Brothers. De la misma manera debería evolucionar la UE, intentar cobrar lo que se debe está muy bien, pero ahogar al necesitado sólo se puede volver en contra de uno, el bien común, por tanto, es más importante que el interés particular. La UE, en mi humilde opinión, debe evolucionar desde una Unión de Estados para convertirse en una UNIÓN de EUROPEOS. ¿Utopía? Quién sabe…

Jordi Mulé

@jordimule

Economista C.E.C.

 

 

 

 

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